Cuando tu familia, amigos y vecinos descubrieron nuestro
amor reprobaron enérgicamente la unión que Dios y la vida habían favorecido,
era como si quisieran bloquear los caminos divinos que el mismo creador trazó y
juntó. Recuerdo nuestro primer paseo, a escondidas de tus padres y de como tú
pequeño hermano nos descubrió en el parquecito del pueblo, ocultos bajo la
sombra de una jacaranda. Don Cristóbal, tu padre, llego escopeta en mano y
amenazó con desaparecerme si no abandonaba la idea de enamorarte, lo que
ignoraba por completo era que ya estábamos más que enamorados. Para ellos era
una ofensa digna de pena capital la relación de su joven hija con un comediante
venido a menos, un hombre entrado en años que divertía borrachos o al menos era
lo que creía pues estaban más ocupados con las mujerzuelas del local en el que
trabajaba que en reírse con mi rutina. Las semanas pasaron y nuestras furtivas
citas y reuniones a escondidas en mi oficina eran cada vez más intensas,
incontables veces miré hipnotizado la suave caída de tus ropas endulzando con
tu perfume el interior de ese viejo cuarto.
Pero la vida muchas veces es injusta y maldita, decidiste
emprender un viaje del que tus conocidos aseguraban no regresarías, que
estarías en un lugar más adecuado para ti y rodeada de gente como tú. Cada
noche era una tortura, repetía en mi mente cada uno de nuestros encuentros y
mis fantasías eran tan intensas que mi corazón se estrujaba recordando cada
palabra que de tu boca salía mientras no parábamos de amarnos una y otra y otra
vez, con intensa pasión acariciaba mi cabeza y casi sentía el roce de tus
tersos dedos en mis mejillas, acariciando mi barba mientras susurrabas cuanto
me amabas.
Fueron días negros, mi pecho estaba ensombrecido por el
pesar, mi menta no podía más soportar el tormento y la agonía de abstenerme de
estar contigo y aunque fuera la último que hiciera en esta vida te encontraría.
Tu familia se empeñó en ocultar tu paradero pues sabían que lo nuestro era una
relación prohibida y mal vista por la sociedad, 10 años nos separaban de lo que
aquellos consideraban moral y permisible; pero quien carajo se creyeron esos
tontos, pensar que el amor debe medirse en escalas de tiempo ordinarias, en
reglas absurdas que hombres sin conocimiento del amor formularon para delimitar
los que era justo y lo que no.
Usé todos mis recursos disponibles y hasta conseguí un poco
de dinero en el banco porque estaba decidido a traerte conmigo y poder perpetuar
nuestro amor. El tiempo que duraron mis pesquisas pude construirte una habitación
confortable repleta de figuritas de porcelana, esas que tanto te gustaba
coleccionar, perfumes de esencias florales y frutales, una enorme cama de
colchoneta suave y desbordada de cojines de las más finas y tersas telas,
además de una imagen del Arcángel Rafael a quién le profesabas devoción Y así,
una noche de tantas que el insomnio, la angustia y la soledad no me dejaban
pegar los ojos emprendí mi travesía hasta aquel lugar del que se mencionaba
estabas encantada ya. La mañana me alcanzó en el cuartucho gris en el que
dormías, silencioso contemple tu rostro, al que la penumbra de tu habitación no
le hacía ningún favor. Abriste los ojos, reconociste mi cara y aunque no
pudiste articular palabra alguna de la emoción sentí en tu mirada el calor del amor
que siempre nos juramos. Presurosos cogimos lo esencia y comenzamos nuestro
regreso a casa, nadie podía verte salir conmigo así que alquilé una vieja
camioneta a un vecino del lugar, se veía desconfiado, pero cuando le enseñé los
billetes que podía ganar por el favor hasta se ofreció a servirnos de chofer.
Viajamos en silencio, solo mirándonos profundamente con amor y cariño.
Los días pasaron y se hizo noticia tu desaparición, como era
de esperarse tus padres me señalaron como el principal sospechoso pero mi casa
estaba lejos de ser la escena del crimen, esperaban encontrarte atada y víctima
de tantas vejaciones que la revisar no solo una sino hasta 4 veces mi propiedad
se fueron en medio de maldiciones y amenazas sin encontrar nada más que las
cartas que te escribía en mis noches de impaciencia.
Cada noche después de mi jornada visitaba tu nueva morada en
la que siempre te encontraba cándida y amorosa, te llenaba de besos y caricias,
consumábamos nuestro amor con pasión y lujuria pecaminosa, pero siempre
sabedores que estábamos llenos de tanto amor que era válido demostrárnoslo en
todas las formas posibles. Más de una vez amanecimos abrazados, fundidos como
un solo ser y otras tantas más me lleve tu aroma en mi cuerpo, un aroma casi
celestial al que los borrachos y rameras les causaba desagrado. Eran los
mejores momentos de mi vida, hasta que Don Cristóbal nos descubrió, de todos
era el más astuto y pudo encontrar los cabos sueltos que descuidado dejé en mi
casi perfecto plan…
Cuando tu familia, amigos y vecinos descubrieron nuestra
morada, me llamaron enfermo, demente, trastornado y tantos horrores como
conocían, no dudo que algunos los inventaron en esos momentos llenos de coraje
e impotencia. Maldijeron mi esfuerzo por mantenerte a mi lado, vieron con
desagrado el cuidadoso trabajo que hice por mantener tu esbelto y joven cuerpo
en perfectas condiciones, les dije que tú me lo pedias expresamente pero solo
recibí golpes y amenazas de muerte, ignoraban que todos esos bálsamos y aceite
te conservarían en una juventud casi eterna. Se horrorizaron al saber el monto
pagado por encontrarte y poderte sacar de aquel cuarto gris e inmundo en el que
te escondieron de mí, de ese horripilante y frio cementerio del que pude
rescatarte. Y es que no comprenden, ni lo harán jamás, que el amor no puede ser
medido de ninguna forma convencional, el amor no puede detenerse mediante
ninguna barrera y ni siquiera Dios puede ya detener algo que él mismo formó…
Hoy, después de tantos meses de juicios y alegatos vienen
por mí, me han nombrado de tantas formas y tan abominables que mi único
consuelo es el saber que después de las 6 de la tarde del día de hoy podré
reencontrarme contigo, en los hermosos jardines del más allá.
Confía en tu esfuerzo, está abriendo puertas que aún no ves
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