Durante
siglos, el hombre ha tratado por todos los medios de aprender las artes
ocultas, el revivir y controlar las fuerzas oscuras a voluntad. Para lograr su
cometido han recurrido a muchos trucos, la observación de las estrellas, el
pacto con demonios, el dominio de los elementos y de la alquimia, entre otros.
Muchas han sido las sectas y hermandades que lo han intentado, pero solo un
selecto grupo lo logra a la perfección, la mayoría muere a manos de los
demonios que, incontrolables y desquiciados arrasan, con reinos enteros; otros
son corrompidos por el poder que les confieren la alquimia y muchos más perecen
al tratar de dominar a la naturaleza y sus furiosos elementos. De entre el
grupo de elegidos destaca una secta que ha asolado el lejano país sureño de
Mallmoo, un grupo de hechiceros que han logrado perfeccionar las artes oscuras
y de la adivinación, pero sobretodo han recibido el don maldito de la
licantropía. Conocidos como la Hermandad de Laaperantta, vagan por todos los
países transformados como rapaces hombres lobo, sedientos de sangre y carne de
doncellas vírgenes, exigen sacrificios a los gobernantes de los pequeños
pueblos que consisten en decenas de niños. Otros exigen el pago en oro por las
personas que toman cautivas, a las cuales después de cobrar el rescate devoran
sin piedad alguna. Han sido corrompidos por el espíritu del vicio y la
perdición.
Muchos
han sido los valientes que se han aventurado a entablar una batalla en contra
de ellos pero pocos han regresado con vida, y si lo consiguen regresan malditos
al igual que sus agresores. La vida en Mallmoo es imposible, la gente tiene
miedo de salir a las calles después de la puesta del sol, ya que si lo hacen es
garantía de que morirán en ellas. Los
lobos merodean por toda la zona, acechando a sus víctimas.
Hace
ya cuatro días que llego al pequeño pueblo de Ryd, al sur de Mallmoo; un
extraño carruaje, en el viajan una joven pareja y su pequeño hijo. Ella, Eliza,
es de estatura media, tez clara y pelo negro, sus ojos color miel, y mirada
fija. Él responde al nombre de Tobías, un hombre de estatura promedio, fornido,
de aspecto elegante, cabellera negra.
Ambos están cubiertos por un manto de misticismo, principalmente por el
extraño amuleto que cuelga de su cuello.
Una
joya de fino acabado, plata pura con 5 rubíes en forma de gota alineados de tal
forma que pareciera el símbolo de la magia negra, el temido pentagrama. La gente los mira con miedo, pero nadie se
atreve a negarles sus servicios. Deambulan por las calles del pueblo como si
fueran unos habitantes más, son tan corteses que algunos vecinos olvidan el
miedo que les provoca y entablan conversación con los extraños visitantes, que se muestran muy interesados
en las historias que la gente les cuenta, sobre todo aquellas relacionadas con
los ataques de la hermandad.
Una
noche mientras se preparaban para dormir en su pequeño campamento a las afueras
del pueblo, Tobías escucho un extraño gruñido, pareciera una bestia salvaje.
Tomo su espada y salió a revisar los alrededores. Después de avanzar algunos
metros el gruñido parecía amplificarse, Tobías mantenía empuñada su arma
preparándose para el combate, de pronto los gruñidos provenían de diferentes
puntos, el más cercano estaba a sus espaldas, un frio electrizantes recorrió su
cuerpo, aun así mantuvo la calma y se prepara para cualquier eventualidad, no
se movió de su posición, seguía con su oído los sonidos y movimientos, eran al
menos 5 los seres que le acechaban. De repente una de las criaturas comenzó el
ataque, un enorme lobo de color negro saltó en su encuentro, sus dientes eran
gigantescos en comparación a los del lobo promedio, una autentica máquina de
matar. Despedía un aliento putrefacto, Tobías alcanzo a esquivar su ataque,
rodo por el piso sin soltar el arma que podría salvar su vida, al intentar
levantarse, otro lobo de igual tamaño se lanzó por el costado izquierdo: el
joven alcanzo a tirar un tajo con su espada alcanzando a herirlo en una de las
patas traseras, era imposible salir corriendo de la zona, estaba rodeado le
habían tendido una emboscada. Pronto salieron al ataque los otros tres salvajes
compañeros lanzando dentelladas furiosas en contra de Tobías quien solo
alcanzaba a blandir su espada al aire tratando de alejarlos. Las heridas en el
cuerpo del joven comenzaron a drenar de a poco su sangre y los rapaces
atacantes estaban ansiosos por ultimarlo. Cuando todo parecía perdido y uno de
los enormes canes lanzaba la bocanada final el silbido de una saeta cruzo el
ambiente, era Eliza quien con su arco atinaba en el cráneo de la corpulenta
bestia herida. Los lobos se dividieron de nueva cuenta y centraron sus ataques
en la valiente mujer, Tobías alcanzo a ponerse de pie y ataco por la espalda a
uno, su espada atravesó el cuerpo de la criatura que lanzo un agudo aullido de
dolor; Eliza preparaba otro tiro pero uno de los furiosos lobos alcanzo a
derribarle el arco, la tiro al piso y se puso sobre ella, el musculoso cuerpo
del animal le impedía moverse a libertad, Eliza alcanzo a desenfundar su daga y
antes de ser mordida en el rostro, tomo las fauces de la bestia y le corto la
garganta haciéndole sufrir lentamente hasta la muerte. Tobías eliminaba al
cuarto con la ayuda del arco de Eliza y le atravesó el cuerpo por un costado, a
la altura del costillar perforando los pulmones. Al verse perdido el ultimo
lobo se dio a la fuga y con rumbo desconocido se perdió en la espesura de la
noche y la extensa maleza que rodeaba el lugar.
Eliza
y su joven esposo regresaron a su campamento en donde les aguardaba su pequeño
hijo que por un milagro había pasado inadvertido a los atacantes. Apilaron los
cadáveres de sus presas alrededor de una hoguera, les amarraron las patas y el
hocico. Tras curar sus heridas, y beber un poco de vino para templar los
nervios, se recostaron abrazados hasta quedar dormidos, ninguno dijo una sola
palabra.
Al amanecer, se disponían a obtener las pieles
de los animales a los que les habían dado muerte, las pieles eran enormes y
seguro valdrían bastantes monedas. Cuál fue su sorpresa al descubrir que lo que
habían apilado en torno a al fuego eran cadáveres de humanos, todos tenían las
marcas del combate de la noche anterior. La gente del pueblo se amontonaba
horrorizada alrededor del campamento de los viajeros amenazantes, solo uno de
ellos alcanzo a decir:
- – Son ellos, ellos mataron a mis nietos, esos malnacidos que están amarrados y yacen sin vida se llevaron a lo que más apreciaba, una tarde llegaron hasta mi cabaña y entraron violentamente, dijeron que se llevarían a mis nietos para entrenarlos en las artes de la adivinación y la alquimia, que serian muy famosos en todo el país. Mis pobres nietos se dejaron influenciar por ellos y días después encontré sus pequeños cuerpos junto al rio Sorensen que esta al este del pueblo, estaban desnudos, sin una gota de sangre y sin corazón, parecía como si les hubieran devorado las entrañas.
Al
escuchar el relato, las personas del pueblo comenzaron a recordar los sucesos
que semanas atrás habían llenado de pánico a todo Ryd. Extrañamente a la
llegada de Tobías y su familia, estos asesinatos cesaron hasta ese día en que
les atacaron.
- – A mí me arrebataron a mi esposo, aun era joven – dijo una mujer de cabello rubio- llegaron por el dos mujeres, le murmuraron palabras al oído y después arrojo el hacha con la que cortaba madera y las siguió hasta la espesura del bosque.
La
gente comenzaba a clamar por la valiente pareja, los habían elevado al grado de
héroes. Tobías se mostraba indiferente y pensativo, al contrario de Eliza que
sonreía a todos y narraba con lujo de detalles el fiero combate que habían
enfrentado.
- – No sabemos cómo agradecerles que trajeran este rayo de esperanza a Ryd, desde ahora son huéspedes de honor, todos los negocios y bares les ofrecerán el servicio de categoría más alta. Los víveres serán abundantes, nada les hará falta.
La
alegría era enorme, por fin los habitantes podrían seguir con sus actividades
cotidianas, sin temor a ser asesinados por los licántropos de la Hermandad de
Laaperantta.
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La
noche anterior en los llanos a las afueras de pueblo, dentro de una choza
desvencijada, un hombre entrado en años de nombre Wallgren devoraba la carne
cruda que sus hermanos de manada consiguieron tras su brutal cacería. Sus ojos
se llenaron de furia cuando se enteraba de la muerte de cuatro cazadores
inexpertos, entre ellos Enrico uno de sus amantes. Wallgren conocido como el Sabio
Cruel era un formidable brujo y adivino a quienes peones, capitanes,
mandatarios y asesinos consultaban con devoción. Lejos quedaban las ilusiones
de paz para los pobladores de Ryd y aquellos jóvenes convertidos ahora en sus
campeones.
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